La garganta del diablo, Cataratas de Iguazú
Foto MDA, agosto 2004
Sentí que estaba cometiendo una locura cuando era inevitable el despegue. Sendos cinturones aferraban a los cuatro pasajeros del helicóptero que nos llevaría a sobrevolar las cataratas del Iguazú cuando recordé que, a veces, las alturas me dan pavor. Aunque sólo pasa con ciertos movimientos en los que de repente siento que no hay piso y me voy a escurrir cayendo al vacío. Como esta foto. El helicóptero daba uno de sus giros para permitir la mejor observación del lugar más hermoso que he visitado en mi vida, y el aparente piso se desplazaba hacia un lado. Solo quedaba escurrirme hacia las estruendosas caídas de agua.
Me acompañó la fortuna de ubicarme en el asiento delantero de la nave, junto al piloto, así que la vista era la mejor que podía tener cualquiera de los atrevidos que abordamos el helicóptero. Debajo mío no estaba ninguna plataforma sino una continuación de la lámina transparente del frente. Así que aparentaba no haber sino el aire, y el asiento al cual me encontraba amarrado flotaba sin apoyarse en nada. Desde mi silla levitante terminé el rollo de mi cámara de película y tomé varias fotos más con la digital que me habían prestado. Cuentan que antes los helicópteros descendían muy cerca de las cataratas. Hoy no es permitido, buscando la conservación de la fauna.
En Sao Paulo, el hombre que me conducía del aeropuerto al hotel me lanzó la siguiente frase cuando supo que mi viaje seguiría en dirección a Foz de Iguazú: "Usted nunca va a volver a tener tanta agua en frente suyo". Cuando iba en la lancha que se introduce entre la turbulencia del agua y lo lleva a uno hasta la misma boca de
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