Con relativa frecuencia alguien me dice que tengo un humor negro. O que puedo tenerlo porque a veces también surgen chispazos que son un poco más brillantes. Algo debo tener, tal vez no tanto para ser humorista, pero debería ser capaz de poder escribir una que otra frase graciosa en estos textos casi diarios publicados en mi blog. Y no las encuentro.
He estado releyendo muchos de mis escritos para verlos con los nuevos ojos que me dan los días o semanas transcurridos entre su publicación apresurada y una nueve y crítica lectura. Si no fuera por el ejercicio de dejar las cosas como están, habría muchos que eliminaría o reescribiría. Se notan aquellos en los cuales puse un esfuerzo adicional en revisar y estructurar para obtener un producto ameno para los eventuales lectores. A veces pienso si más bien debería escribir menos y hacerlo con una mejor calidad. Este tema reaparecerá varias veces, estoy seguro, y encuentro una de sus primeras manifestaciones en la última entrada que escribí sobre Gabo en donde el reconoce que podría escribir por pura práctica y sin tripas.
¿Me hacen falta las tripas? A veces creo que sí y lo reafirmo cuando encuentro textos que me gustan de verdad y, vaya coincidencia, son aquellos que me tomaron un mayor tiempo ser construidos. No puedo comprometerme a dejar de escribir como lo hago, pero si haré algo para buscar que queden mejores.
Esto de escribir me gusta de verdad y quisiera dedicarme a esta actividad el resto de mi vida. Tendría casi 40 años para lograr escribir un texto con algo memorable si suponemos que alcanzaré la expectativa de vida colombiana y viviré tanto como mi mamá o mi papá que pasaron de los 77, los que cumpliría en cuatro décadas. Pero como no siento las tripas, ya estoy buscando la salida fácil de emplearme de nuevo, con un sueldo bueno y seguro, ocupando el tiempo que en la actualidad uso para escribir y leer, en producir algo de dinero. Estoy convencido que por las noches no escribiría y el televisor me absorbe cada vez que lo prendo para ver las noticias una y otra vez durante las horas de la noche anteriores a dormirme. Entonces el futuro de este blog no se ve muy bueno. Seguramente aparezcan escritos salpicados pero el tiempo de la revisión y el pulimento sería escaso.
La comodidad me abruma, sigo pensando si tomaré el año sabático planeado para escribir. La novela que empecé va como la tortuga y creo que será más fácil cumplir la idea de recopilar tantos textos hermosos o simpáticos que llegan por la Internet y hacer un libro con ellos. Con seguridad violaría los derechos de autor de muchos colegas si lo publicara, así que quedará para la familia y en formato electrónico o, como máximo, impreso en mi casa.
Y el humor blanco o negro sigue sin aparecer.
Postscriptum: Después de publicado este post, encuentro en Clarín un artículo sobre lo imprtantes que son las palabras y lo siento apropiado como coda.
He estado releyendo muchos de mis escritos para verlos con los nuevos ojos que me dan los días o semanas transcurridos entre su publicación apresurada y una nueve y crítica lectura. Si no fuera por el ejercicio de dejar las cosas como están, habría muchos que eliminaría o reescribiría. Se notan aquellos en los cuales puse un esfuerzo adicional en revisar y estructurar para obtener un producto ameno para los eventuales lectores. A veces pienso si más bien debería escribir menos y hacerlo con una mejor calidad. Este tema reaparecerá varias veces, estoy seguro, y encuentro una de sus primeras manifestaciones en la última entrada que escribí sobre Gabo en donde el reconoce que podría escribir por pura práctica y sin tripas.
¿Me hacen falta las tripas? A veces creo que sí y lo reafirmo cuando encuentro textos que me gustan de verdad y, vaya coincidencia, son aquellos que me tomaron un mayor tiempo ser construidos. No puedo comprometerme a dejar de escribir como lo hago, pero si haré algo para buscar que queden mejores.
Esto de escribir me gusta de verdad y quisiera dedicarme a esta actividad el resto de mi vida. Tendría casi 40 años para lograr escribir un texto con algo memorable si suponemos que alcanzaré la expectativa de vida colombiana y viviré tanto como mi mamá o mi papá que pasaron de los 77, los que cumpliría en cuatro décadas. Pero como no siento las tripas, ya estoy buscando la salida fácil de emplearme de nuevo, con un sueldo bueno y seguro, ocupando el tiempo que en la actualidad uso para escribir y leer, en producir algo de dinero. Estoy convencido que por las noches no escribiría y el televisor me absorbe cada vez que lo prendo para ver las noticias una y otra vez durante las horas de la noche anteriores a dormirme. Entonces el futuro de este blog no se ve muy bueno. Seguramente aparezcan escritos salpicados pero el tiempo de la revisión y el pulimento sería escaso.
La comodidad me abruma, sigo pensando si tomaré el año sabático planeado para escribir. La novela que empecé va como la tortuga y creo que será más fácil cumplir la idea de recopilar tantos textos hermosos o simpáticos que llegan por la Internet y hacer un libro con ellos. Con seguridad violaría los derechos de autor de muchos colegas si lo publicara, así que quedará para la familia y en formato electrónico o, como máximo, impreso en mi casa.
Y el humor blanco o negro sigue sin aparecer.
Postscriptum: Después de publicado este post, encuentro en Clarín un artículo sobre lo imprtantes que son las palabras y lo siento apropiado como coda.
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