La tradición que heredamos de España suele mostrar a la muerte como un esqueleto vestido con túnica y capucha y que lleva en su mano la guadaña con la cual corta la vida a los humanos. Supongo que debe haber por ahí, en alguna cultura, una personificación equivalente para la soledad. Mientras la encuentro, yo puedo decir que anoche la vi en persona. Alguna vez estuve cerca de la muerte, no iba tras de mi pero sentí su aliento que envolvía el pueblo donde estaba. Esa historia la conté en otra ocasión. Hoy es el turno de mi encuentro con la muerte en vida.
Estábamos en una reunión de extranjeros en Estocolmo, planeada por una organización que se encarga de contruir esas redes de expatriados que sirven como apoyo o simplemente diversión. Pasadas las 9 de la noche llegó una mujer que no conocíamos a sentarse con nosotros y nuestros amigos a entablar conversación, nada extraño porque de eso se tratan esas reuniones. Es venezolana, con ex esposo sueco y por eso llegó a esta ciudad. No sé por qué uno acá siente cierta alegría cuando encuentra alguien que hable el mismo idioma y más aún si es originario de un país cercano al propio, en geografía o cultura.
Los expatriados suelen (solemos) ser gente desarraigada, con más o menos nostalgia de sus tierras y pocos lazos en las ciudades donde viven (vivimos) lo cual podría calificarlos(nos) como solitarios. Pero en esta mujer que nos abordó sentí algo que no había sentido en ninguna de las otras personas que me he topado en estos encuentros. Ella de verdad buscaba compañía. Enfatizaba en que ya no estaba casada con el sueco y que no tenía nada que ver con él. Un par de frases más y percibí el abandono y la desolación. Nos preguntó por Colombia, por cómo estábamos en general, cuánto llevábamos en este país y hablamos de esas cosas de las que uno suele hablar en estas reuniones para empezar a conocer a la persona frente a sus ojos. Era tan diferente a los demás, transmitía tristeza y en verdad no era muy cómodo para mí hablar con ella. Aunque no es fácil para mí hablar con extraños esta situación tenía algo especial que no soy capaz de expresar en palabras.
A la hora que ella llegó nosotros ya estábamos cerca de irnos. Me pedía, casi me rogaba, que le dijera a mi esposa que nos quedáramos dos minutos más y le habláramos. Claudia estaba en otra conversación con unas amigas latinoamericanas conocidas desde antes y no oía estas súplicas. No podía contarle a Clauz lo que pasaba porque esta mujer entendía inglés y, obvio, español y estaba junto a mí. Así que no me sentí en el momento para explicarle lo que estaba pasando. Finalmente salimos con nuestra amiga alemana que nos esperaba, a quien ya le habíamos dicho que salíamos con ella.
Nuestra nueva amiga venezolana quedó allí y se acercó a conversar con la argentina y la peruana con las que Claudia había estado hablando hasta que salimos. Quedamos con ella en buscarla por la red para de pronto vernos en otra ocasión. Tal vez.
Si la soledad tiene una figura humana, como la muerte, se debe parecer mucho a esta mujer. Y es una figura normal, como usted o como yo, sin huesos, guadañas, ni vestimenta extraña. Ella no es la soledad pero es una manifestación muy cercana.
Puedo decir que vi la soledad a los ojos, posó su mano en mi hombro y respiró el mismo aire que yo. Y tuve miedo.
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PS: Varios días después de esrito este post sonó al azar esta canción y pensé que es muy adecuada para este escrito.
"Siempre en las noches, mi mamá
buscaba el sueño frente a la televisión
y me pedía que, por favor, no la apagara
su soledad, pena que el cuarto no aguantaba
aunque jamás lo confesó"
Rubén Blades, Cuentas del alma
Estábamos en una reunión de extranjeros en Estocolmo, planeada por una organización que se encarga de contruir esas redes de expatriados que sirven como apoyo o simplemente diversión. Pasadas las 9 de la noche llegó una mujer que no conocíamos a sentarse con nosotros y nuestros amigos a entablar conversación, nada extraño porque de eso se tratan esas reuniones. Es venezolana, con ex esposo sueco y por eso llegó a esta ciudad. No sé por qué uno acá siente cierta alegría cuando encuentra alguien que hable el mismo idioma y más aún si es originario de un país cercano al propio, en geografía o cultura.
Los expatriados suelen (solemos) ser gente desarraigada, con más o menos nostalgia de sus tierras y pocos lazos en las ciudades donde viven (vivimos) lo cual podría calificarlos(nos) como solitarios. Pero en esta mujer que nos abordó sentí algo que no había sentido en ninguna de las otras personas que me he topado en estos encuentros. Ella de verdad buscaba compañía. Enfatizaba en que ya no estaba casada con el sueco y que no tenía nada que ver con él. Un par de frases más y percibí el abandono y la desolación. Nos preguntó por Colombia, por cómo estábamos en general, cuánto llevábamos en este país y hablamos de esas cosas de las que uno suele hablar en estas reuniones para empezar a conocer a la persona frente a sus ojos. Era tan diferente a los demás, transmitía tristeza y en verdad no era muy cómodo para mí hablar con ella. Aunque no es fácil para mí hablar con extraños esta situación tenía algo especial que no soy capaz de expresar en palabras.
A la hora que ella llegó nosotros ya estábamos cerca de irnos. Me pedía, casi me rogaba, que le dijera a mi esposa que nos quedáramos dos minutos más y le habláramos. Claudia estaba en otra conversación con unas amigas latinoamericanas conocidas desde antes y no oía estas súplicas. No podía contarle a Clauz lo que pasaba porque esta mujer entendía inglés y, obvio, español y estaba junto a mí. Así que no me sentí en el momento para explicarle lo que estaba pasando. Finalmente salimos con nuestra amiga alemana que nos esperaba, a quien ya le habíamos dicho que salíamos con ella.
Nuestra nueva amiga venezolana quedó allí y se acercó a conversar con la argentina y la peruana con las que Claudia había estado hablando hasta que salimos. Quedamos con ella en buscarla por la red para de pronto vernos en otra ocasión. Tal vez.
Si la soledad tiene una figura humana, como la muerte, se debe parecer mucho a esta mujer. Y es una figura normal, como usted o como yo, sin huesos, guadañas, ni vestimenta extraña. Ella no es la soledad pero es una manifestación muy cercana.
Puedo decir que vi la soledad a los ojos, posó su mano en mi hombro y respiró el mismo aire que yo. Y tuve miedo.
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PS: Varios días después de esrito este post sonó al azar esta canción y pensé que es muy adecuada para este escrito.
"Siempre en las noches, mi mamá
buscaba el sueño frente a la televisión
y me pedía que, por favor, no la apagara
su soledad, pena que el cuarto no aguantaba
aunque jamás lo confesó"
Rubén Blades, Cuentas del alma
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