Ayer me invitaron a ver una corrida de toros. Si algún lector está en desacuerdo con dicha práctica, respeto su opinión porque también pienso que es una barbaridad. Pero no deja de gustarme algo y por eso decidí aceptar la invitación. Era la primera vez que asistía a una de éstas. Durante muchos años escuchaba con mi papá las transmisiones por radio de las faenas y sólo podía imaginarme lo que era una manoletina, un pase natural, los toros corniveletos, débiles de remos o alguna otra descripción muy propia del arte de cúchares. De todas esas tardes pegado al radio aprendí sobre los tercios y sus cambios, las faenas, las ganaderías, los avisos, los indultos y por eso ayer no era completamente ignorante al respecto. Pero no tenía el transistor con la emisora transmitiendo la lidia. Aunque a falta de radio tuve un vecino de tendido que muy al estilo de Edilberto Reyes, el de la novela Los Reyes, me describía sin yo pedirle los movimientos y pases del torero, la descripción del toro, et