Suponiendo con un atrevimiento mayúsculo que voy a vivir tanto como mis padres podríamos decir que me acerco a la mitad de mi vida. La mitad del camino como la llamó Anita. Y estoy en ese punto justo cuando pretendo dejar de lado la mayor parte de lo que he hecho para empezar algo nuevo.
Soy farmacéutico, pharmacist lo llaman en inglés, y por motivos varios he dejado de trabajar en ese sector desde septiembre. Una amiga mía, colega para más señas, quien siempre ha notado incluso antes que yo mi inclinación a las letras, me recomendó que antes de buscar un trabajo en lo mismo que venía haciendo me evaluara y decidiera si no quería dedicarme a lo que de verdad me gusta. En esas ando desde entonces.
Mi primer encuentro con el encanto de la Palabra, en mayúsculas como merece, fue en los libros de la infancia pero el encuentro con su embrujo fue cuando en el festival iberoamericano de teatro del 90 encontré a los cuenteros, los cuentacuentos como son llamados en otros países porque allí cuentero es el que habla embustes. Me involucré en ese entonces con el movimiento de narradores y supe por experiencia propia lo que es enamorarse de la Palabra. Tres años después dejé de contar pero sigo considerando esa etapa una de las más felices.
A partir de allí estoy pendiente de los acontecimientos de la palabra escrita, hablada, narrada, referida; como la quieran encontrar. He descubierto el placer de desentrañar los misterios más allá de las formas de las letras, lo que dicen y no dicen los que la usan, el sonido encantador de las palabras y su poder seductor. Con la palabra enamoramos o nos enamoran, vendemos o nos compran, creamos o destruimios, seducimos, o convertimos al otro a nuestro credo político, religioso, ideológico o económico. La palabra es poderosa, dicen por ahí cuando de manera descuidada afirmamos insensateces que pueden convertirse en realidad por aquello de "pedid y se os dará". Y si pides usando la palabra ella se transformará en lo que has deseado. Está demostrado.
En medio del encanto de las palabras yo vivía de la Farmacia. No era que poseyera o trabajara en uno de estos establecimeintos sino que así es llamada mi carrera aunque el título del diploma o afiche sea químico farmacéutico. Las palabras se mezclaban y reaccionaban como los reactivos en los laboratorios y producían colores, olores y sabores de la misma forma que las sustancias que manipulábamos. Y si mi carrera era la de ser el profesional del medicamento, con las palabras también podía sanar, enfermar, agravar o matar.
¿Por qué permanecía en la farmacia y no en la palabra? En septiembre llegó la oportunidad de meditarlo y llevo todos estos meses masticando el tema como un rumiante. He llegado a la mitad de mi vida y tengo la oportunidad de dedicarme a lo que me fascina, como se ha verificado en las experiencias que narraba sobre mi feria del libro personal, en el post anterior. ¿Qué quiero de la palabra? Ella se me está entregando ahora y ¿seré capaz de hacerla feliz? ¿Se puede vivir de la palabra? ¿Cuál de todas las formas de usarla escogeré? ¿Volveré al embrujo oral o continuaré con el sortilegio de lo escrito?
Dicen que la segunda parte de la vida pasa sin darnos cuenta porque es como una montaña que primero subimos y luego bajamos, cada vez con más impulso. Siento que el camino correcto es el que me marcan las letras, es como una escalera hecha de ellas por la cual subo a pesar que con todas sus puntas y aristas me rasguen el vestido y la piel*. Pero necesito el valor de lanzarme al mar de letras y no quedarme entre las dudas.
Estoy reclamando mi Libertad bajo Palabra. Octavio Paz tiene un libro de poemas que no he leído con este título. ¿Tendrá algo que ver con lo que busco? He llegado a la mitad de mi vida, me niego que sea la cima donde la única opción que me queda es bajar. Quiero subir siempre por la escalera a pesar de las heridas que me cause. En la mitad del camino llega el momento de levantar mi mano y pedir la Palabra.
Soy farmacéutico, pharmacist lo llaman en inglés, y por motivos varios he dejado de trabajar en ese sector desde septiembre. Una amiga mía, colega para más señas, quien siempre ha notado incluso antes que yo mi inclinación a las letras, me recomendó que antes de buscar un trabajo en lo mismo que venía haciendo me evaluara y decidiera si no quería dedicarme a lo que de verdad me gusta. En esas ando desde entonces.
Mi primer encuentro con el encanto de la Palabra, en mayúsculas como merece, fue en los libros de la infancia pero el encuentro con su embrujo fue cuando en el festival iberoamericano de teatro del 90 encontré a los cuenteros, los cuentacuentos como son llamados en otros países porque allí cuentero es el que habla embustes. Me involucré en ese entonces con el movimiento de narradores y supe por experiencia propia lo que es enamorarse de la Palabra. Tres años después dejé de contar pero sigo considerando esa etapa una de las más felices.
A partir de allí estoy pendiente de los acontecimientos de la palabra escrita, hablada, narrada, referida; como la quieran encontrar. He descubierto el placer de desentrañar los misterios más allá de las formas de las letras, lo que dicen y no dicen los que la usan, el sonido encantador de las palabras y su poder seductor. Con la palabra enamoramos o nos enamoran, vendemos o nos compran, creamos o destruimios, seducimos, o convertimos al otro a nuestro credo político, religioso, ideológico o económico. La palabra es poderosa, dicen por ahí cuando de manera descuidada afirmamos insensateces que pueden convertirse en realidad por aquello de "pedid y se os dará". Y si pides usando la palabra ella se transformará en lo que has deseado. Está demostrado.
En medio del encanto de las palabras yo vivía de la Farmacia. No era que poseyera o trabajara en uno de estos establecimeintos sino que así es llamada mi carrera aunque el título del diploma o afiche sea químico farmacéutico. Las palabras se mezclaban y reaccionaban como los reactivos en los laboratorios y producían colores, olores y sabores de la misma forma que las sustancias que manipulábamos. Y si mi carrera era la de ser el profesional del medicamento, con las palabras también podía sanar, enfermar, agravar o matar.
¿Por qué permanecía en la farmacia y no en la palabra? En septiembre llegó la oportunidad de meditarlo y llevo todos estos meses masticando el tema como un rumiante. He llegado a la mitad de mi vida y tengo la oportunidad de dedicarme a lo que me fascina, como se ha verificado en las experiencias que narraba sobre mi feria del libro personal, en el post anterior. ¿Qué quiero de la palabra? Ella se me está entregando ahora y ¿seré capaz de hacerla feliz? ¿Se puede vivir de la palabra? ¿Cuál de todas las formas de usarla escogeré? ¿Volveré al embrujo oral o continuaré con el sortilegio de lo escrito?
Dicen que la segunda parte de la vida pasa sin darnos cuenta porque es como una montaña que primero subimos y luego bajamos, cada vez con más impulso. Siento que el camino correcto es el que me marcan las letras, es como una escalera hecha de ellas por la cual subo a pesar que con todas sus puntas y aristas me rasguen el vestido y la piel*. Pero necesito el valor de lanzarme al mar de letras y no quedarme entre las dudas.
Estoy reclamando mi Libertad bajo Palabra. Octavio Paz tiene un libro de poemas que no he leído con este título. ¿Tendrá algo que ver con lo que busco? He llegado a la mitad de mi vida, me niego que sea la cima donde la única opción que me queda es bajar. Quiero subir siempre por la escalera a pesar de las heridas que me cause. En la mitad del camino llega el momento de levantar mi mano y pedir la Palabra.
*Esta imagen de la escalera de letras es copiada de La Historia Interminable, del escritor alemán Michael Ende
Comentarios
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Miau!!!
Un abrazo de gatos & osos
Felicitaciones por el 'blog'.
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Saludos y gracias por contactarnos.
Un abrazo, tus visitas siempre son agradables.
Te leo luego.
Un abrazo