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El círculo vicioso de la incultura

El destino de las emisoras y revistas culturales parece ser algo cantado, por desgracia. Lo que no sabemos es cuánto tiempo durarán sobreviviendo en medio de la batahola de la frivolidad y de los medios de comunicación empeñados en mostrarnos lo que les pedimos pero lo pedimos porque nos lo muestran. Un círculo vicioso perverso en el que casi por obligación vemos la expresión de un solo sector de la cultura. No caben los adjetivos ramplón u ordinario porque son juicios de valor innecesarios. Pero a medida que la gente se va acostumbrando a oír o ver un determinado tipo de expresión artística, lo va asimilando como lo conocido y lo demás es considerado inadecuado, malo o aburrido con el mayor de los prejuicios. Si no suena masivamente debe ser jarto.

No escribo este artículo en el plano del intelectual especializado en las mil y una versiones de la quinta sinfonía de Beethoven porque no lo soy. Lo hago desde el punto de vista de un melómano que trata de darle la oportunidad a cualquier expresión musical aunque no niego que hay algunas que la perdieron hace rato, para mí pasaron del anonimato al desprestigio. Simplemente se nos van cerrando las opciones de escuchar música diferente, de leer opiniones novedosas. Todo se restringe a la música que las casas disqueras pagan para que sean programadas en las emisoras, y a los comentarios políticos polarizados que se provienen de unas opciones muy limitadas, unas cuantas revistas, un diario de circulación nacional, un semanario con gran historia y buenas intenciones y las emisoras de noticias de los conglomerados de comunicaciones. Uno de ellos es el que acaba de alquilar a la HJCK por la cual nos hemos rasgado las vestiduras cuando hay poco por hacer.

Al hermano de un gran amigo mío, poco dado a la música popular, le pasó este caso mientras trabajaba como oftalmólogo en un hospital. Al servicio de urgencias llegó remitido de otra institución el mismísimo Egidio Cuadrado, el acordeonero de Carlos Vives, con una urgencia ocular porque mientras usaba su guadañadora sin protección un elemento entró como proyectil en uno de sus ojos. Terminó siendo un caso menor que no ameritaba gran intervención. En las conversaciones los otros médicos repetían "Es Egidio Cuadrado" hasta que el hermano de mi amigo se aburrió y le preguntó a uno de ellos quién era ese Cuadrado. La respuesta "¿No sabe quién es?" vino acompañada de una entonación y una expresión facial en la que básicamente le preguntaba en qué país vivía si no sabía quién era Egidio Cuadrado. Con el mayor sarcasmo propio de su humor bogotano la contrarrespuesta no se hizo esperar: "¿Tengo que saber quién es ese señor? ¿Acaso usted tiene idea de quién es Arnold Shömberg?" Y lo logró, el interlocutor se sintió como el más profano e ignorante de los colombianos. Cuando me contaron esta historia yo no tenía mucha idea (ahora tampoco) de quién era Schömberg, uno de los compositores clásicos más importantes del siglo XX.

Todo esto me lleva a pensar cuántas veces hemos descalificado los gustos ajenos por el simple hecho de ser diferentes a los nuestros. Y esta actitud no se limita a la cultura, sino a la forma de vestir o de hablar, el barrio en el que se vive y tantas más. Es claro que por diversas razones hay tipos de música de aceptación masiva de la misma forma que el fútbol gusta más que el atletismo. Lo que sucede es que los seres humanos tratamos de aplastar las expresiones minoritarias o lo que desencaja en el concepto colectivo de "correcto, bueno, aceptable". ¿El fin de las emisoras culturales como la que acabamos de perder es inevitable? O debemos mantenerlas con dineros del estado. Pero terminaríamos investigando a las emisoras que reciben dineros del erario público porque la contraloría determinaría que causaron detrimento patrimonial por enfocarse en expresiones culturales poco rentables desde del punto de vista de pauta publicitaria y terminaríamos restringiendo de nuevo todo al vil metal.

Comentarios

Anónimo dijo…
siempre noté que lo que me gustaba no se vendia, ni pegaba, por allá en el año 80, llamaba, ya sin ilusión, a las emisoras tropicales a que me respondieran no programamos salsa.
Ya cuando conoces los medios de comunicación te pierdes en el vicio circular, pero te puedo asegurar que el que manda es el gusto popular, como la democracia pero del mercado.
la única sería lograr que la cultura "cultural" se volviera de moda en un grupo selecto y visible. De ahí para abajo en la escala social todos empezarían a imitar y el boom podría durar unos 5 años. Como ir a la calera que al principio era de un selecto grupo de gomelos y cada vez se volvió ás popular. Lo mismo sucedió con la olla de la 82 y pronto veremos los mismo en la 93.
gadag