Érase un bloguero que andaba sin blog. Y el verbo andar le ajustaba de maravilla porque deambulaba y se movía entre los blogs ajenos dejando mensajes y comentarios. Era reconocido por sus acertadas palabras. Este bloguero, a pesar de no tener su propio sitio, era más bloguero que muchos de nosotros que soltamos una que otra cagada de pájaro al pasar justo encima de nuestras bitácoras; sentimos un impulso irrefrenable de liberar lo que llevamos dentro, sin pensar en qué forma va a tomar. Para este bloguero no hay feeds ni RSS que valga. Para poder enterarnos de su última opinión tendríamos que estar suscritos a los comentarios de cuanto blog se le haya antojado a él participar. Serían miles e inacabables. Diecisiete, diría Borges. Es más, no tenemos la certeza que sea un hombre y por sus palabras, figuras e imágenes podríamos entrar a pensar a veces que es una mujer con seudónimo masculino. Encontrarla es un albur, aunque es posible descubrir cierta tendencia entre sus blogs preferidos.