Estoy convencido que lo que escribo no es mío. Es decir, no lo inventé yo.
Estoy seguro que alguien, ayer o hace tres mil años, tuvo la misma ocurrencia que pasó por mi mente.
En ese sentido, cometo cierta forma de plagio cada vez que escribo; incluso cada vez que pienso.
La forma en que hilo las ideas es solo mía pero cada una de ellas no es recién nacida.
Eso no quita lo feliz que me siento cuando alguna idea se me ocurre, alguna combinación bonita de palabras, alguna imagen literaria.
A lo mejor en algún lugar del mundo alguien piensa lo mismo que yo y escribe una idea que sí fue original mía sin yo saberlo. El conocimiento colectivo se la hizo llegar y retoñó en las antípodas, en otro idioma, sobre otro alfabeto.
A lo mejor, quién sabe...
Estoy seguro que alguien, ayer o hace tres mil años, tuvo la misma ocurrencia que pasó por mi mente.
En ese sentido, cometo cierta forma de plagio cada vez que escribo; incluso cada vez que pienso.
La forma en que hilo las ideas es solo mía pero cada una de ellas no es recién nacida.
Eso no quita lo feliz que me siento cuando alguna idea se me ocurre, alguna combinación bonita de palabras, alguna imagen literaria.
A lo mejor en algún lugar del mundo alguien piensa lo mismo que yo y escribe una idea que sí fue original mía sin yo saberlo. El conocimiento colectivo se la hizo llegar y retoñó en las antípodas, en otro idioma, sobre otro alfabeto.
A lo mejor, quién sabe...
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