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Cuando en los años 50 del siglo XX se empezaron a construir las líneas de metro en Estocolmo, un número apreciable de artistas, ciudadanos y políticos pensó que sería importante que fueran un reflejo del devenir artístico de la época. Desde mediados del siglo XIX se había formado una corriente de opinión la cual proponía que el arte debía salir de los espacios reservados y alcanzar a la gente en las calles. Este pensamiento no se daba solo en Suecia y llegó a ser el fundamento de movimientos culturales tan importantes como el de los muralistas mexicanos: Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y más. Como las líneas y estaciones han ido creciendo con los años, el arte en el T-Bana puede estudiarse por épocas y no es uniforme; es su diversidad lo que, en parte, lo hace tan atractivo. El sistema de transporte aborda por décadas la explicación de las obras en el folleto que ha desarrollado para entenderlas y ponerlas en contexto. En la actualidad 90 de las poco más de 100 estaciones del metro exhiben arte creado por más de 150 artistas[1].
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Cuando en los años 50 del siglo XX se empezaron a construir las líneas de metro en Estocolmo, un número apreciable de artistas, ciudadanos y políticos pensó que sería importante que fueran un reflejo del devenir artístico de la época. Desde mediados del siglo XIX se había formado una corriente de opinión la cual proponía que el arte debía salir de los espacios reservados y alcanzar a la gente en las calles. Este pensamiento no se daba solo en Suecia y llegó a ser el fundamento de movimientos culturales tan importantes como el de los muralistas mexicanos: Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y más. Como las líneas y estaciones han ido creciendo con los años, el arte en el T-Bana puede estudiarse por épocas y no es uniforme; es su diversidad lo que, en parte, lo hace tan atractivo. El sistema de transporte aborda por décadas la explicación de las obras en el folleto que ha desarrollado para entenderlas y ponerlas en contexto. En la actualidad 90 de las poco más de 100 estaciones del metro exhiben arte creado por más de 150 artistas[1].
Al llegar al destino, el fin de la línea, la estación donde tomaré hoy las fotos, el conductor del tren apaga las luces interiores avisando “hasta aquí llegamos” por si hubiera algún despistado que esperara que el tren siguiera su camino. Los conductores de metro son personajes muy variados, Hay hombres y mujeres, jóvenes y viejos, amables y no tanto. Cada vez que detiene el tren en una estación, el conductor baja de su cabina a hacer una revisión de seguridad desde el extremo del tren para asegurar que nadie está atorado entre la plataforma y el vagón, que nadie quedó atrapado por las puertas o algún otro incidente. En algunas estaciones donde el tren se detiene en una curva y el conductor no puede ver toda la plataforma, existen monitores y cámaras que suplen esta falla. De una u otra forma el conductor vigila su vehículo. A veces son personas amables y, si el tiempo se los permite, abren de nuevo la puerta luego de haberlas cerrado para que suba un pasajero que llega apresurado corriendo para no perder ese tren. A veces no les importa o es imposible hacerlo porque siempre hay gente llegando a abordar, como en T-Centralen. Es más probable que muestren la generosidad a horas en las que el tráfico no es abundante y el próximo tren tome media hora en llegar. Por encima de cualquier consideración estará siempre el cumplimiento del horario.
Me paseo un rato por la estación tomando las imágenes que necesito y descubro una gran similitud con los murales de los mexicanos de los que hablaba antes aunque estos no son pintados en la pared sino sobre azulejos de cerámica. Regreso al mismo tren que espera para hacer el viaje en sentido contrario, hacia la estación Kunsträdgården. Mientras yo fotografiaba la estación un hombre o una mujer ha pasado rápidamente por todos los vagones recogiendo basura y limpiando lo que pueda en solo unos segundos. El conductor ha cambiado de puesto, ocupando la cabina del otro extremo y está listo para partir de nuevo. El regreso es como ver una película al revés. Podría decirse que los mismos que se bajaron en una estación ahora se suben. Por supuesto no es así pero el tipo y cantidad de gente que desembarcó en un sitio es casi el mismo que embarca en el nuevo sentido de viaje. De ser así pasando por Kista nos inundaría un río de gente y se subiría el hombre del perro. Y más o menos sucede, sin el perro. Y con menos gente aunque en proporción a las estaciones anteriores y siguientes, esta sigue siendo la que más flujo de personas mueve por la zona. Eso concluye en que voy en un tren medianamente lleno y donde varias personas viajan de pie. A mi lado está sentado un hombre mayor, es decir cincuentón. Va concentrado en su teléfono y alcanzo a ver que se entretiene con un solitario o algún otro juego de naipes. Es un celular básico y el hombre no se ve de mucho dinero. Frente a mí, un hombre clase media de la misma edad aproximada se distrae con el juego del primero y poco falta para que intervenga sugiriendo una jugada, advirtiendo un error o exigiendo una mejor visual desde su puesto. El jugador parece no notarlo mientras yo me divierto con la situación. Los dos parecen suecos.
Frente a mí, a un par de filas de distancia, hay una mujer cuyo rostro me parece de alguna forma familiar. Voy preguntándome que es lo que me intriga de esa cara hasta que hace una llamada por teléfono. Nos hemos detenido en una estación y eso hace que ella recuerde a su amiga que vive por la zona y decida llamarla. ¿Cómo es que sé eso? Porque habla un perfecto español venezolanizado a través del cual alcanzo a escuchar parte de la conversación. Y tal vez sea su origen el que me haya hecho ver cierta familiaridad y creer que la conocía. Es relativamente fácil identificar a los latinos en esta ciudad. Sus características físicas sugieren el origen. Pero no es lo mismo un peruano que un colombiano o una venezolana. Diferencias, sutiles o no, permiten imaginarse el país de procedencia. En el caso de los colombianos y los venezolanos no es tan sencillo el pasatiempo porque, pienso yo, somos muy parecidos. Puede ser, entonces, que no conociera a esta mujer que hablaba por celular en el metro pero creo que se parecía a los rasgos que veo en mi país. En realidad no la conozco pero en el fondo sí. Imagino que quien esté familiarizado con los rasgos de los africanos o los asiáticos podría jugar el mismo juego de asignarles nacionalidad a los viajeros. Puedo ver diferencias en personas similares pero no establecer su origen aproximado.
[1] Los datos de este párrafo sobre el arte en el metro fueron tomados de “Art in the Stockholm Metro”, folleto publicado por SL, Storstockholms Lokaltrafik, agencia de transporte de Estocolmo, para divulgar y explicar la obras de arte dentro el sistema T-Bana.
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Comentarios
no hay policías e el metro?
El perrito era un perro sencillo no muy grande pero no de los diminutos y la venezolana imagínese una vieja normal colombiana :)