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De ida y vuelta. Viaje por el metro de Estocolmo (tercera de cinco partes)

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También aparecen colgados de algunas manijas de los vagones los periódicos impresos locales. Existen dispensadores a las entradas de las estaciones para que la gente tome esos periódicos gratuitos y muchos viajeros cumplen ese eslogan oído en Colombia, “pásalo,” dejando el ejemplar en el tren. Pero también veo los libros tradicionales en manos de algunos. Pienso que tal vez hay diferencias en el soporte de la lectura dependiendo de la hora de viaje. En este momento mis vecinos se enteran de las noticias del día y algunos hasta llevan su periódico comprado, no el gratuito. No importa qué tipo de texto se lea o en cuál aparato, a veces hay alguno que lee sobre el hombro lo que su vecino lleva en las manos. Al bajarse en su estación la mayoría arrojará el papel fugaz en una gran caneca de reciclaje que el mismo impresor ha ubicado junto a los dispensadores donde otro viajero entrando al sistema toma un nuevo periódico.

Libros, teléfonos, tablets, periódicos. Son una forma de aislamiento de los vecinos y el vecindario en el metro. Como también lo es el uso de audífonos que reproducen la música preferida. Pareciera que algunos viajeros tuvieran esta filosofía:

Nada me interrumpirá ni me distraerá si llevo mi sonido personal que disimula el exterior, aunque si usted que está a mi lado, y no lleva otros artilugios que lo aíslen yo, sin preguntarle, lo incluiré en mi ruido. El volumen de mis audífonos es suficiente para obligarlo a usted, muy cerca de mí, a que haga parte de mi mundo estridente.

Aunque la invitación no es solo para el vecino inmediato. A dos o tres filas de distancia mi oído alcanza a escuchar, con distorsión, la banda sonora del mundo privado de un joven y también sin preguntarme me incluye a mí en su vida.

Oigo diferentes idiomas a medida que el tren avanza y se detiene repetidas veces. No reconozco hablar en español y pienso, ingenuo como un novato, que si lo hablara en realidad nadie me entendería. Los suecos son personas dadas a aprender otros idiomas y lo hacen con pasmosa facilidad. Ellos mismos dicen que su idioma, que nadie más sabe, los obliga a aprender muchos otros para poder comunicarse con el resto del mundo. Así que no solo algún otro nativo hispanohablante puede entender mi eventual conversación privada. También pueden hacerlo muchos de los suecos, si hasta alguna vez vi a algún pasajero del metro con sus fotocopias repasando la lección del idioma de Cervantes. También la mujer anciana que pide monedas. Es sueca pero si lo necesita exige limosna en inglés y español, por lo menos. Los suecos pueden establecer una barrera de aislamiento a través de su idioma con relativa facilidad. A nosotros nos queda algo más difícil hacerlo por ese medio.

Todos estos pensamientos se esfuman cuando veo entrar a un hombre con un perro. No es un invidente y su mascota no parece ser de asistencia. Es simplemente su compañero, que va debidamente enlazado y parece ser muy obediente. El hombre toma puesto en uno de los extremos del vagón y de inmediato una mujer que estaba sentada casi al lado, se levanta y busca otro lugar. Por el vestuario la mujer podría ser practicante del islamismo, religión que considera impuros a los perros. Puede ser que esa haya sido la razón, o simplemente que les tiene miedo a o que sintió temor que este la atacara o se le lanzara encima en algún momento de euforia. Durante todo su trayecto el perro se portó juicioso, estuvo sentado al lado de su amo (en el suelo del vagón, no en la silla) y nadie más se acercó a buscar sentarse cerca de ellos. No había muchos pasajeros y los que abordaban podían encontrar silla en otra zona. Habría que ver qué sucedería con el metro lleno. Tal vez el dueño del animal no usaría el transporte en hora pico (pero he visto perros en trenes repletos). Tal vez, solo podremos hacer conjeturas. Al llegar a la estación Kista, la única de esta línea sobre la superficie, las demás son subterráneas, la mascota y su amo descienden del metro. Toman la dirección que los hará salir a través del centro comercial lo cual me hace ver que tampoco tendrá problema con los pocos vigilantes que hay allí. Es ese centro comercial donde la mañana de un día cualquiera hubo un asalto a una joyería y los ladrones huyeron sin ser alcanzados por la policía. Fue desde ese momento que empecé a ver unos ingenuos vigilantes caminando aburridos los pasillos y en algunos casos, distraídos jugando con sus teléfonos o hablando con otro colega. La vigilancia hace presencia pero parece no ser muy maliciosa. Me gusta este país porque aún se encuentra ingenuidad en cualquier lugar. Pero la confianza mató al gato y no debo olvidar del todo la prevención que traigo desde Bogotá. A veces leo los periódicos locales y encuentro notas sobre asaltos, escapes, persecuciones, homicidios, abusos. En cualquier lugar del país, en cualquier ciudad. Los delitos no son solamente cometidos por inmigrantes como fácilmente se podría creer. No hay que negar, sin embargo, que el malicioso que llevamos dentro, no solo los colombianos sino la gente de más de la mitad del planeta, encuentra muchas opciones de infringir la ley. Parece estar en nuestro ADN detectar esas opciones así escojamos la opción de no aprovecharlas.

En esta estación, Kista, el tren se desocupa cuando en la ciudad es la hora de ingreso al trabajo o a la universidad. Ha venido recolectando pasajeros a lo largo de la línea pero la gran mayoría descienden acá. He estado dentro del centro comercial cuando acaba de llegar un tren en hora de alto tráfico y es un río de gente el que sale por la puerta de la estación a los pasillos. Caminar hacia el metro en esos momentos es como lo que debe sufrir un salmón cuando va contra la corriente. Aunque todas esas personas que se bajan del metro tienen que tomarlo de nuevo, en la tarde no se presenta ese flujo tan intenso. Poco a poco van llegando a la estación y abordan su tren, a lo largo de un par de horas. Pero cuando los vagones escupen sus pasajeros es mejor no enfrentarlos. Hoy no hago parte de ninguno de los bandos porque permanezco sentado en mi vagón, voy en hora de bajo tráfico y esperaré las dos estaciones que faltan para bajarme a tomar las fotos que motivan mi viaje.

Comentarios

Blogdelgerente dijo…
entonces "hacer conejo" es fácil.