La guerra me había estado rondando y no supe de verdad que estaba en ella hasta agosto de 1986. Sin importar que desde enero de ese mismo año me encontrara prestando el servicio militar obligatorio, solo hasta ese día de agosto lo tuve claro.
Pasada la visita del Papa en 1986 mi pelotón fue enviado a permanecer en la base que el batallón manejaba en Zipaquirá y se podía decir que era bastante tranquila aunque teníamos como vecino al barrio Bolívar 83 el cual se decía tenía una fuerte presencia de miembros del M-19.
El 6 de agosto a eso del mediodía nos llamaron a formar porque las FARC se habían tomado el vecino municipio de Nemocón. A menos de media hora de camino, éramos la respuesta obligatoria para ir y recuperar el pueblo. Nos montaron en una volqueta de la alcaldía de Zipaquirá y tomamos camino a Nemocón, por una vía alterna mientras otro grupo de nosotros se iba por la vía principal. Al llegar después de bastante tiempo, no encontramos sino los rastros de los atacantes, un pequeño grupo de jóvenes que habían asesinado a un policía en la estación del pueblo (creo que no había más de 5 policías en total, tal vez menos).
Los guerrilleros habían asaltado el Banco de Colombia y puesto bombas en sus alrededores. Nosotros llegamos a acordonar la plaza del pueblo donde se había aglomerado la población todavía asombrada y aterrada pero pendientes del chisme y de averiguar lo que estaba pasando. Había caminado varias veces por la calle en frente del banco y la estación de Policía y llegaba hasta la esquina donde estaba la iglesia y la calle donde al parecer habían dejado uno de los explosivos. Luego me mandaron a controlar la entrada de gente a la plaza para mantenerlos alejados. En esas andaba cuando llegaron tres miembros del DAS identificados claramente, con maletines metálicos y se dirigieron a desactivar las bombas. Pasaron a mi lado y pude ver sus rostros nítidos. Se encontraba también un suboficial de otro batallón del ejército que aparentemente sabía de explosivos y se fue con los detectives del DAS. Habíamos estado hablando con él unos pocos minutos antes.
Giré la cabeza al sentir la explosión. Una nube de fragmentos salía desde la calle donde estaba el explosivo, a la vuelta de donde yo me encontraba. Los curiosos desaparecieron como por encanto. Poco después vi salir de carrera un jeep del ejército hacia el hospital llevando alguien que debía estar herido (o tal vez muerto). Un rato después pude acercarme a la esquina de la plaza, ahora en silencio, donde había estado minutos antes de la explosión y se veía lo que quedaba de al menos uno de los detectives del DAS y toda la zona cubierta de fragmentos de lo que se destruyó por la explosión. El hombre que había pasado a mi lado ya no estaba. A los pocos minutos tuve que acompañar a un vehículo que se dirigía de vuelta a Zipaquirá y volví a la base. Encontré el Pelotón de Reacción, cuarenta muchachitos tan jóvenes como yo pero con aún menos experiencia, reclutas de algo así como tres meses de estar en el ejército y supuestamente listos para reaccionar en estos casos. Ante ellos estaba el capitán comandante de mi compañía, un tropero experto en orden público que había combatido en el occidente del Caquetá y Chocó al M-19. Junto a ellos una bolsa plástica transparente con las ropas hechas jirones que habían quedado del suboficial del ejército que también voló con los detectives del DAS y el capitán gritaba.
Estábamos en guerra y ahora de verdad dentro de ella. Era la hora de mostrar que el dispararle a papelitos con figuras humanas había sido suficiente para enfrentar humanos. Al fin y al cabo las armas no se habían hecho para dispararle a estas figuras sino para matar gente. La posibilidad se había convertido en casi certeza y las cosas eran bastante diferentes a las películas. El miedo caminaba por la base. La guerra nos había atrapado y aún no habíamos disparado el primer tiro.
Pasada la visita del Papa en 1986 mi pelotón fue enviado a permanecer en la base que el batallón manejaba en Zipaquirá y se podía decir que era bastante tranquila aunque teníamos como vecino al barrio Bolívar 83 el cual se decía tenía una fuerte presencia de miembros del M-19.
El 6 de agosto a eso del mediodía nos llamaron a formar porque las FARC se habían tomado el vecino municipio de Nemocón. A menos de media hora de camino, éramos la respuesta obligatoria para ir y recuperar el pueblo. Nos montaron en una volqueta de la alcaldía de Zipaquirá y tomamos camino a Nemocón, por una vía alterna mientras otro grupo de nosotros se iba por la vía principal. Al llegar después de bastante tiempo, no encontramos sino los rastros de los atacantes, un pequeño grupo de jóvenes que habían asesinado a un policía en la estación del pueblo (creo que no había más de 5 policías en total, tal vez menos).
Los guerrilleros habían asaltado el Banco de Colombia y puesto bombas en sus alrededores. Nosotros llegamos a acordonar la plaza del pueblo donde se había aglomerado la población todavía asombrada y aterrada pero pendientes del chisme y de averiguar lo que estaba pasando. Había caminado varias veces por la calle en frente del banco y la estación de Policía y llegaba hasta la esquina donde estaba la iglesia y la calle donde al parecer habían dejado uno de los explosivos. Luego me mandaron a controlar la entrada de gente a la plaza para mantenerlos alejados. En esas andaba cuando llegaron tres miembros del DAS identificados claramente, con maletines metálicos y se dirigieron a desactivar las bombas. Pasaron a mi lado y pude ver sus rostros nítidos. Se encontraba también un suboficial de otro batallón del ejército que aparentemente sabía de explosivos y se fue con los detectives del DAS. Habíamos estado hablando con él unos pocos minutos antes.
Giré la cabeza al sentir la explosión. Una nube de fragmentos salía desde la calle donde estaba el explosivo, a la vuelta de donde yo me encontraba. Los curiosos desaparecieron como por encanto. Poco después vi salir de carrera un jeep del ejército hacia el hospital llevando alguien que debía estar herido (o tal vez muerto). Un rato después pude acercarme a la esquina de la plaza, ahora en silencio, donde había estado minutos antes de la explosión y se veía lo que quedaba de al menos uno de los detectives del DAS y toda la zona cubierta de fragmentos de lo que se destruyó por la explosión. El hombre que había pasado a mi lado ya no estaba. A los pocos minutos tuve que acompañar a un vehículo que se dirigía de vuelta a Zipaquirá y volví a la base. Encontré el Pelotón de Reacción, cuarenta muchachitos tan jóvenes como yo pero con aún menos experiencia, reclutas de algo así como tres meses de estar en el ejército y supuestamente listos para reaccionar en estos casos. Ante ellos estaba el capitán comandante de mi compañía, un tropero experto en orden público que había combatido en el occidente del Caquetá y Chocó al M-19. Junto a ellos una bolsa plástica transparente con las ropas hechas jirones que habían quedado del suboficial del ejército que también voló con los detectives del DAS y el capitán gritaba.
Estábamos en guerra y ahora de verdad dentro de ella. Era la hora de mostrar que el dispararle a papelitos con figuras humanas había sido suficiente para enfrentar humanos. Al fin y al cabo las armas no se habían hecho para dispararle a estas figuras sino para matar gente. La posibilidad se había convertido en casi certeza y las cosas eran bastante diferentes a las películas. El miedo caminaba por la base. La guerra nos había atrapado y aún no habíamos disparado el primer tiro.
Comentarios
mataron varios y de esos, tres ertan estudiantes de la Universidad Nacional.
que hubo un gran escandalo porque izaron los cuerpos con un helicoptero amarados por las PATAS, recuerda?
y que cuestionamiento tan jijuemadre se vió, yo estaba en ese entonces a punto de ser ascendido a teniente efectivo y estaba en un curso....
en ese momento me toco vivir los comienzos de el terrorismo cruel y despiadado que se carcome este pais..