Esta mañana tenía una cita en el restaurante de un hotel en Bogotá con mi jefe y otra persona. Me senté en el restaurante y nadie más llegó a la cita. Mientras pasaba el tiempo me dediqué a practicar uno de mis pasatiempos preferidos: observar a la gente de las otras mesas e inventarme o tratar de adivinar sus conversaciones a partir de su lenguaje no verbal. La primera regla para esta distracción es no escuchar la conversación y dejar todo a la imaginación y la observación. La segunda es ser lo suficientemente discreto para no dejarse atrapar por las “víctimas” y la tercera es no limitar la imaginación.
En esta ocasión la sesión produjo una lista preliminar de los tipos de personas que encuentra uno en un restaurante de hotel. El primer grupo es el de los meseros, seres ceremoniosos y afables los cuales usualmente no pueden eliminar la dureza y la frialdad de trato a los comensales, a pesar de la ceremonia. Claro que hay personajes, entre los clientes, quienes se sienten humillados y ofendidos si no son tratados con tal pompa y boato. En alguna ocasión, por un viaje de trabajo, la compañía me pagó tiquete aéreo en clase ejecutiva. La azafata era uno de estos personajes llenos de adornos en el trato a los pasajeros. Personalmente me dio cierta risa pero de protocolos vive la humanidad y cada uno considera que merece un determinado trato que lo diferencie de los demás que no lo reciben. Por eso el tratamiento “Doctor” ya no necesariamente es sinónimo de distinción porque “doctor se le dice a todo el mundo”. Mi papá pensaba que la partícula de mayor distinción era “Don”: poco usada, remplaza a “Señor” y este título no se lo ha ganado mucha gente. Por eso dicen “Es todo un señor”.
Volviendo al tema, el segundo grupo lo forman los viajeros solos que están en plan de trabajo o negocios. Expertos en los perendengues de la hotelería, con la ropa bien arreglada producto de su amplia experiencia en el tema. Ellos saben qué pedir de desayuno en cualquier hotel (los menúes son tan parecidos), son hábiles en los buffet, solo se toman el tiempo necesario para desayunar y manejan a la perfección los asuntos tecnológicos de conexión remota de sus computadores a la red central de la corporación (por cable o inalámbrica) y su celular está siempre dispuesto a dar respuestas inteligentes a los problemas que los mortales enfrentan en otra ciudad.
El tercer grupo, los jóvenes empleados en sus primeros viajes de trabajo. Van inseguros sobre lo que pueden gastar o no (¡qué tal se los cobren al regreso y en los hoteles es todo tan caro!). Indecisos cuando llegan a desayunar no saben si esperar en la mesa, ir al buffet, o llamar al mesero ceremonioso que con su frialdad los amedrenta. Una vez en el buffet no saben qué pedir, terminan sirviéndose de todo, dejando la mitad en los platos y engordando unos cuantos kilos si el viaje se extiende una semana. Ellos son los que sueñan con traer a su novia, novio o a sus padres a este hotel tan lindo, ellos se lo merecen. Y empieza a hacer las cuentas de cuánto le costaría, si podría acogerse a la tarifa preferencial de la compañía, etc. Finalmente están nerviosos de salir del hotel después de la hora establecida perentoriamente en la recepción con el riesgo de pagar una noche más (la cual obviamente la compañía no pagará y será motivo de llamado de atención severo, al menos así lo imagina). Y no se diga el encarte de la maleta (incómoda y grande) entre la salida del hotel y el vuelo, siempre en la noche para aprovechar y conocer la ciudad. ¿Será que aquí la guardan? ¿Y si se pierde?
Hay que decir que el hotel en el que me encontraba esperando es usado particularmente en viajes de negocio, Bogotá es más importante como destino laboral que como turístico la mayor parte del año. A pesar de lo anterior también hay algunos que van en plan de turismo. Es el cuarto grupo. Usualmente son dos ó más personas. En sus mesas sí hay conversación, discusión por la ruta a tomar, el dinero disponible, etc. Dependiendo de cuán largo haya sido el viaje la proporción entre expectativa y cansancio en los rostros es diferente. Mapas, cámaras, gorras y otros elementos característicos los identifican. Pueden llegar a desayunar más tarde que el segundo y el tercer grupo y también se demoran más.
También he encontrado en estos ejercicios de observación seres difíciles de identificar, sin muchos gestos, planos, que pueden ir en cualquier plan diferente.
De los grupos anteriores hay combinaciones en las mesas. Por ejemplo, la de los dos ejecutivos expertos en viajes que discuten de negocios durante el desayuno. O cuando hay varios jóvenes primerizos asombrados por tantas cosas nuevas. Existe también el caso del jefe escrupuloso en la comida (light, poca, bien cocinada, obsesivo de la limpieza, baja en sal) que desayuna con un subalterno de modales menos finos que esperaba desayunar una empanada o arepa de huevo y gaseosa pero se encuentra con el gran jefe en la fila del desayuno y por decencia y vergüenza solo atina a decir “a mi déme lo mismo que al Doctor” y se lleva la gran sorpresa.
Cuando estaba viendo que este tema de la comida daba para largo ya era la hora de pasar la pena de haber sido plantado, evitar las miradas socarronas de los meseros y salir del restaurante. Fue sólo en ese momento que me di cuenta me faltó un grupo importante.
Último grupo: el invitado a un desayuno al cuál solamente llega él (porque se equivocó de restaurante, porque los demás estaban en otro salón, porque fue al único que no le informaron de la cancelación). Los miembros de este grupo piden jugo o café mientras esperan a los demás, leen el periódico de cabo a rabo y se dedican a observar a los otros clientes, clasificándolos en grupos, indecisos sobre irse o quedarse y pensando que nadie se ha dado cuenta de su situación cuando en verdad todos lo han clasificado rápidamente en el único grupo que les interesa esa día: el de los plantados, el de los pobrecitos olvidados, el de los que desayunan con tinta de periódico, jugo y café que saben a amargura.
En esta ocasión la sesión produjo una lista preliminar de los tipos de personas que encuentra uno en un restaurante de hotel. El primer grupo es el de los meseros, seres ceremoniosos y afables los cuales usualmente no pueden eliminar la dureza y la frialdad de trato a los comensales, a pesar de la ceremonia. Claro que hay personajes, entre los clientes, quienes se sienten humillados y ofendidos si no son tratados con tal pompa y boato. En alguna ocasión, por un viaje de trabajo, la compañía me pagó tiquete aéreo en clase ejecutiva. La azafata era uno de estos personajes llenos de adornos en el trato a los pasajeros. Personalmente me dio cierta risa pero de protocolos vive la humanidad y cada uno considera que merece un determinado trato que lo diferencie de los demás que no lo reciben. Por eso el tratamiento “Doctor” ya no necesariamente es sinónimo de distinción porque “doctor se le dice a todo el mundo”. Mi papá pensaba que la partícula de mayor distinción era “Don”: poco usada, remplaza a “Señor” y este título no se lo ha ganado mucha gente. Por eso dicen “Es todo un señor”.
Volviendo al tema, el segundo grupo lo forman los viajeros solos que están en plan de trabajo o negocios. Expertos en los perendengues de la hotelería, con la ropa bien arreglada producto de su amplia experiencia en el tema. Ellos saben qué pedir de desayuno en cualquier hotel (los menúes son tan parecidos), son hábiles en los buffet, solo se toman el tiempo necesario para desayunar y manejan a la perfección los asuntos tecnológicos de conexión remota de sus computadores a la red central de la corporación (por cable o inalámbrica) y su celular está siempre dispuesto a dar respuestas inteligentes a los problemas que los mortales enfrentan en otra ciudad.
El tercer grupo, los jóvenes empleados en sus primeros viajes de trabajo. Van inseguros sobre lo que pueden gastar o no (¡qué tal se los cobren al regreso y en los hoteles es todo tan caro!). Indecisos cuando llegan a desayunar no saben si esperar en la mesa, ir al buffet, o llamar al mesero ceremonioso que con su frialdad los amedrenta. Una vez en el buffet no saben qué pedir, terminan sirviéndose de todo, dejando la mitad en los platos y engordando unos cuantos kilos si el viaje se extiende una semana. Ellos son los que sueñan con traer a su novia, novio o a sus padres a este hotel tan lindo, ellos se lo merecen. Y empieza a hacer las cuentas de cuánto le costaría, si podría acogerse a la tarifa preferencial de la compañía, etc. Finalmente están nerviosos de salir del hotel después de la hora establecida perentoriamente en la recepción con el riesgo de pagar una noche más (la cual obviamente la compañía no pagará y será motivo de llamado de atención severo, al menos así lo imagina). Y no se diga el encarte de la maleta (incómoda y grande) entre la salida del hotel y el vuelo, siempre en la noche para aprovechar y conocer la ciudad. ¿Será que aquí la guardan? ¿Y si se pierde?
Hay que decir que el hotel en el que me encontraba esperando es usado particularmente en viajes de negocio, Bogotá es más importante como destino laboral que como turístico la mayor parte del año. A pesar de lo anterior también hay algunos que van en plan de turismo. Es el cuarto grupo. Usualmente son dos ó más personas. En sus mesas sí hay conversación, discusión por la ruta a tomar, el dinero disponible, etc. Dependiendo de cuán largo haya sido el viaje la proporción entre expectativa y cansancio en los rostros es diferente. Mapas, cámaras, gorras y otros elementos característicos los identifican. Pueden llegar a desayunar más tarde que el segundo y el tercer grupo y también se demoran más.
También he encontrado en estos ejercicios de observación seres difíciles de identificar, sin muchos gestos, planos, que pueden ir en cualquier plan diferente.
De los grupos anteriores hay combinaciones en las mesas. Por ejemplo, la de los dos ejecutivos expertos en viajes que discuten de negocios durante el desayuno. O cuando hay varios jóvenes primerizos asombrados por tantas cosas nuevas. Existe también el caso del jefe escrupuloso en la comida (light, poca, bien cocinada, obsesivo de la limpieza, baja en sal) que desayuna con un subalterno de modales menos finos que esperaba desayunar una empanada o arepa de huevo y gaseosa pero se encuentra con el gran jefe en la fila del desayuno y por decencia y vergüenza solo atina a decir “a mi déme lo mismo que al Doctor” y se lleva la gran sorpresa.
Cuando estaba viendo que este tema de la comida daba para largo ya era la hora de pasar la pena de haber sido plantado, evitar las miradas socarronas de los meseros y salir del restaurante. Fue sólo en ese momento que me di cuenta me faltó un grupo importante.
Último grupo: el invitado a un desayuno al cuál solamente llega él (porque se equivocó de restaurante, porque los demás estaban en otro salón, porque fue al único que no le informaron de la cancelación). Los miembros de este grupo piden jugo o café mientras esperan a los demás, leen el periódico de cabo a rabo y se dedican a observar a los otros clientes, clasificándolos en grupos, indecisos sobre irse o quedarse y pensando que nadie se ha dado cuenta de su situación cuando en verdad todos lo han clasificado rápidamente en el único grupo que les interesa esa día: el de los plantados, el de los pobrecitos olvidados, el de los que desayunan con tinta de periódico, jugo y café que saben a amargura.
Bogotá, abril de 2005
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