4 de abril de 2005 Estuve viendo el otro día Mary Poppins, la película de cine, en su edición de aniversario 40 y rápidamente Clauz la definió con una palabra: Mágica. Para los que no la conocen o recuerdan bien Mary Poppins llega volando colgada de una sombrilla, en contra del viento después que los niños Banks, Jane y Michael, escriben una canción donde describen la niñera que desean. Su padre rompe el papel donde han escrito la canción pero los pedazos vuelan por la chimenea, se unen de nuevo y finalmente llegan donde Mary. ¡Cosas de niños! Podría decir el Almirante Boom o cualquier otro adulto. Mi niño interior casi exterior me dice que no lo tome tan a la ligera porque así, mágicamente, las cosas suceden después de pedirlas. Y no solamente fue la niñera, también fue mágico el baile de los deshollinadores, la visita al techo en la casa del tío Bert y el té flotando sólo por pensar en cosas alegres, el paseo por las pinturas en la acera (dentro de las pinturas, valga la aclaración),